Intento abstraerme del diluvio de elogios habitual cuando las personas desaparecemos. Hecho este ejercicio me sitúo ante todas las imágenes de Concha García Campoy que me quedan en la retina del alma.
Ninguna oscura, ninguna rozada, ninguna agria, ninguna injusta. Ya dije ayer que Concha es alguien a quien frecuentando poco quieres mucho. Una especie de linterna en la oscuridad de todas las cavernas.
Valoro sin límite su criterio para no militar nunca en contra de nadie evitando la corriente imperante. Y me aludo porque en mis momentos difíciles con el sistema jamás tomó una piedra de los lapidadores.
Ver y recordar a Concha es limpiar el aire. Energía siempre a favor de la comprensión y lo bello. Mirada de querer entrar en los demás para entenderles. Afecto en el ADN. Niña que se salvó de la riada y no dejó de agradecerlo.
Lo profesional, siendo brillante, me importa menos.
El día en que emitían mi charla con Julia Otero en la 1 conducía yo por la Sierra escuchando musica clásica. No me gusta verme. Sonó el teléfono del coche y era Concha. En pleno tratamiento. Más dulce que la miel. Tan entera como siempre.