Por muy profesionalizado, manoseado, publicitado o hipertrofiado que esté el fútbol es sencillamente un juego. De nada valen las inercias, los pronósticos, las estadísticas o las sensaciones. Cuando el balón se pone en movimiento empiezan a ocurrir cosas que no estaban ensayadas. Un resbalón, un balonazo en el culo, una distracción o una pájara. Eso ocurrió anoche en Maracaná. La selección española llegada sobre una ola se saliva, con fundamento, que la hacía aparecer como la gran surfera aterrizó en seco. El marchamo de favorito no garantiza nada. Los biorritmos cambian. La fatiga cuenta. El adversario juega. Y cuando los niveles son parejos puede ocurrir y ocurre lo contrario de lo deseado. No es más que un lance. Una pequeña secuencia del acierto y el azar.
Lo desmedido es que las multitudes tengan puestas sus esperanzas en cuestiones tan sujetas al albur. Bien está soñar pero no es recomendable creer que los sueños son una Playstation.